sábado, 3 de mayo de 2008

Un hombre llamado Pedro

Uno no puede dejar de notar a Pedro en los evangelios. Se lo ve como una persona de buen corazón pero rústica, siempre pugnando por estar en primera posición y haciendo declaraciones altisonantes. Cada una de las listas de los discípulos lo coloca en primer lugar, y Pedro aparece con frecuencia tratando de ocupar el centro del escenario. Como persona era bastante agradable, con un gran corazón y con un entusiasmo ilimitado. Pero tenía demasiadas aristas sin pulir. Oscilaba como un péndulo, era osado y valiente un momento y cobarde en el momento en que realmente tenía que ser valiente.


Cuando Pedro se sentó a escribir su primera carta o epístola universal, muchos años más tarde, él era ya un hombre muy cambiado. Uno puede detectar dicho cambio en las palabras que escoge: palabras como humillarse y someterse. La primera carta de Pedro no tiene nada del estilo agresivo y tosco que este apóstol exhibe en los evangelios. Está obedeciendo el último mandamiento que le diera Jesús: “Alimenta mis ovejas” (Juan 21:17). El tosco Pedro se ha convertido en un tierno pastor.

Para captar totalmente el impacto de la transformación de Pedro, basta con que uno lea acerca de él en los evangelios (especialmente el de Marcos), y luego pase directamente a su primera carta. El jactancioso y estrepitoso Pedro aconseja ahora a las esposas a tener el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible (1 Pedro 3:4) y a los maridos a tratar a sus esposas con consideración y respeto (1 Pedro 3:7). El hombre que una vez cortara una oreja defendiendo a Jesús (Juan 18:10) aconseja ahora sumisión a toda autoridad gubernamental (1 Pedro 2:13). Pedro cierta vez protestó vigorosamente la predicción que Jesús hiciera de su propia muerte (Marcos 8:32); ahora él propone solemnemente el sufrimiento de Cristo como ideal (1 Pedro 2:21-24).


Tomado del Nuevo Testamento Devocional de Estudio